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En los últimos años, la alta fabricación de coches conectados a Internet ha revolucionado el sector automovilístico. Se estima que para 2025 todos los nuevos vehículos del mundo sean coches inteligentes. Sin embargo, muchos usuarios siguen siendo reacios a estos nuevos modelos por dos motivos: estos coches tienden a ser algo más caros que los modelos antiguos, y la constante conectividad online que tiene el vehículo.

Según un informe de la Agencia Europea para la Ciberseguridad (ENISA) realizado el año pasado, el potencial de sufrir un ciberataque a través de los coches inteligentes es cada vez mayor. Hasta ahora, se han detectado más de 30 posibles amenazas en vehículos de este tipo. Según Panda Security, el 17% de estos malwares son de alto riesgo, mientras que el 66% son de riesgo medio.

Las brechas de seguridad que sufran los coches conectados permiten a los ciberdelincuentes acceder al sistema y realizar diferentes ataques. Algunos de esos ataques son: instalación de una aplicación maliciosa en un teléfono móvil que esté conectado al vehículo, interferencias electrónicas con los sistemas de seguridad (como el radar), ataques al procesamiento de imágenes del sistema de cámaras, etc. También existen otras amenazas que tratan de aprovecharse las vulnerabilidades en softwares, hardware, sistemas operativos y protocolos.

 

La seguridad del coche, comprometida

Las consecuencias de recibir un ataque en un coche conectado permiten al ciberdelincuente tener el control total del vehículo. Así lo demostraron en 2015 a través de un experimento Charlie Miller y Chris Valasek, dos expertos en ciberseguridad. Ambos consiguieron entrar en los protocolos de un coche inteligente. Una vez en su control, detuvieron el vehículo en mitad de un trayecto, incluso consiguieron desactivar los frenos. Este experimento provocó que Chrysler (marca que utilizaron en la demostración) tuviera que retirar 1,4 millones de coches del mercado.

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